Se acomodó en el lado izquierdo del sofá y cruzó las piernas. Siempre le habían aconsejado personas mucho más listas que ella que pensar tanto no era bueno, que debería intentar cambiar. Le parecía imposible; y aburrido. Pero resultó que funcionaba.
A esa hora de la tarde aún entraba con algo de fuerza el sol rebotado en los cristales de los vecinos. La luz amarilla inundaba el salón como una ola suave que acaricia la arena en un amplio y sinuoso recorrido por cada resquicio de piel, por cada hueco, hasta alcanzar agotada las esquinas. Se quedó mirando fijamente, sin importarle porqué, los graciosos flecos dorados y verdes que caían ondulados, en un orden perfecto, desde los bordes de la repisa de madera oscura al lado del radiador. La costumbre de pensar era más fuerte, y reparó de repente en la quietud, en la asombrosa paciencia y lealtad de las cosas. Aquellos flecos, brillando bajo los haces de luz, llevaban allí muchos años. Estuvieron cuando las risas de los juegos de las niñas aún no eran un eco muy lejano. Y en las comuniones, los cumpleaños, las navidades. Seguían en el mismo lugar, siempre impolutos, mientras sucedió todo aquello. También en las tormentas y los gritos. Y mientras no estaba nadie.
Recorrió con una mirada sagaz todas las otras cosas. El jarrón de cristal con dibujos en oro, el tapete que cruzaba la enorme mesa de comedor, la talla de madera de su madre...los cuadros. Algunas cosas eran más vulgares que otras. Pero todas desprendían una exquisita dignidad que no había sucumbido a los años. Daba la impresión, al mirarlas, de que todo podía seguir siendo igual que antes.
Entró en la habitación. Allí casi todo era nuevo. Era más bonito, pero le gustaba menos.
Casi todo era nuevo, pero no la pequeña figurita blanca y violeta en forma de corazón de aquel día de la madre. En un rincón, altiva, desafiaba el diseño moderno de estos otros muebles; y vencía.
Las cosas no se movían, ni lloraban. Ella sabían que sólo eran eso. Cosas. Pero parecían vivir. Y recordar.
¿Seguirían allí dentro de unos años? ¿Contemplaría alguien los flecos verdes y dorados en alguna tarde, a media luz? ¿Quién?
O desaparecerían, quizás. Puede que los tiraran sin pestañear en algún contenedor, y rodaran rompiéndose en mil pedazos en su camino al vertedero. Puede que los donaran, o los vendieran. Quién sabe dónde irían.
Atravesó el pasillo y entró en el otro cuarto, más pequeño. Sin darse cuenta se estaba haciendo de noche. Entonces se fijó por primera vez en mucho tiempo en el tic-tac del reloj de los pajaritos. Encima de la puerta, seguía también intacto, funcionaba perfectamente. Era precioso. Siempre que entraba antes en aquel cuarto lo miraba, le encantaba. Pensó entonces cuántos sonidos amortiguaba el ruido del día, las prisas, los problemas, las excusas, las personas. Cuanto mundo había detrás del mundo.
Bajó por fin al jardín con las últimas luces del día y se sentó en uno de sus rincones favoritos. Aunque sentía que aquella era su casa, lo sentía sobre todo allí. El jardín sí era suyo, y a nadie le gustaba más que a ella. Tranquilamente y sin pensar, como le habían dicho, se fijó en las margaritas blancas que había plantado hacía algún tiempo. Que fuertes, que fieles. Se inclinaban ligeramente hacia abajo, allí sólo regaba bien ella; lo haría más tarde. Una de ellas tenía los pétalos doblados, y, sin pretenderlo, aquella languidez le resultó más hermosa que la lozanía del resto. Mañana por la mañana lucirían de nuevo erguidas, radiantes, una vez saciada la sed; siempre lo hacían.
Me encanta,Monica, y me identifico con lo escrito, y es que esta tarde me toca ir a una casa donde solo quedan recuerdos, fotos antiguas, jarrones de cristal, cuadros y margaritas secas y una mente enferma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues lo siento; es duro lidiar con los recuerdos, y la enfermedad, y la cuestión es que ahí están, formando parte de lo que somos.
EliminarCreo que algunas mentes enferman cuando se hacen conscientes de golpe de que su existencia es finita, y se sumen en una profunda tristeza que desemboca en la enfermedad. Esperemos que la ciencia pueda ayudar más en la investigación de los mecanismos de nuestras mentes, y sanarlas.
Pero bueno, seguro que buenos recuerdos hay, muchos :)así que quédate con lo mejor.
Un fuerte abrazo, tejón.
La foto es una maravilla por donde la mires Moni y el relato es delicioso. Es una entrada preciosa aderezada con buena música.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias Fernando, un lujo poder compartirlo con vosotros:)
EliminarAbrazo grande
Tu hermosa foto la has sabido acompañar con delicioso retrato, ahora una vez terminada su lectura como complemento perfecto esa música que no recuerdo haber escuchado a pesar de ser una buena seguidora del grupo Amaral, por cierto un año tuve la suerte de verlos en directo en Cádiz
ResponderEliminarBesos
Tampoco conocía yo esta versión de Ariel Rot con Amaral, muy guapa la verdad:)
EliminarGracias Antonia, un beso grande
Que triste cuando uno toma conciencia de que esta cosa no es eterna... Ya lo dices en los comentarios...
ResponderEliminarUn abrazo, amiga, algo triston tras leer tus palabras
Pues es un relato un poco melancólico, Ildefonso, es verdad...yo también me puse triste; pero anímate, que el verano ya está aquí, ya habrá tiempo para las melancolías;)
EliminarUn fuerte abrazo
Tanto la imagen como el texto tienen un ambiente tremendamente "proustiano". No sé si lo has leído, pero a mi me lo recuerda :D
ResponderEliminarIntento llevar la consciencia de la muerte segura como un estímulo para aprovechar cada momento de la vida: también sé que no siempre es posible y que los recuerdos, todos los recuerdos por buenos que sean, siempre llevan consigo una buena parte de melancolía.
¿Ves? Al final, hasta el comentario me ha quedado más serio de lo que quería decir.
Un besote, Moni
Pues efectivamente...no lo he leído..algunas citas y fragmentos sí, lo conozco. Sí, puede que tenga algo de él, ahora que lo pienso. Debería leer mucho más.Yo, no Proust.
EliminarLa melancolía...que extraño y poderoso sentimiento; tratando de evitarla enfermamos, y si siempre le hacemos caso, también. Es raramente bella, como una flor sedienta.
Que serios estamos...ummh XD...Que hoy es la noche del fuego, habrá que cambiar el disco :)
Un besote, Xibeliuss
Que magnífico relato, Moni. Has logrado dar vida a esos objetos amados a través de la belleza de tus letras. He podido sentir que latían.
ResponderEliminarBesos
Un placer Maripaz:)
ResponderEliminarUn besazo enorme