CANSADAS

Cuando estoy cansada me acerco a lo frágil.

Allí están los que han perdido. Junto a cosas que no hablan aunque las oigo, cosas ciegas de colores, intentan no tocarme aunque las mueve el viento hacia mis manos, que no las esquivan, y si las alcanzan son ellas que se dejan, mis manos sólo se están equivocando.

Los que han perdido me cuentan, pregunto, y pregunto, y me cuentan, y me cuentan, pero nunca entiendo.

Un muro en ruina por el que han trepado flores, árboles que esconden un banco muy pequeño de madera vieja sobre unas piedras, pájaros, a veces silencio. Y todo lo que no dura o vivirá muy poco,  lo que se rasga, lo que se pudre. 

Mi cansancio se hace fuerte allí, me agota, me duermo entre el musgo y las madreselvas en una esquina muy por debajo de la luna, un rumor inspira un sueño. 

Al despertar es otra vez invierno, quedan la niebla y el rocío helado. Todo lo frágil se ha deshecho. Los que han perdido aún duermen, y  me tengo que ir sin haber entendido nada, ni su sonrisa, ni mi mano confundida acariciada, ni el porqué de aquel aroma a flores o la luz de colores que ya no existen. Miro atrás dos veces al banco vacío para comprobar que en mi ausencia allí no falta nada.

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